Ciudadanos de la mentira

Esta conversación con José María Martínez de Selva, psicólogo especialista en neurociencia, permite entender la importancia de modificar el concepto de mentira, su juicio moral y sus efectos en el individuo.

Danna Cedeño

Fotos/ilustraciones: Danna Cedeño

No necesitamos un catedrático en psicobiología para entender que la mentira es nociva y está mal vista, pero sí lo necesitamos para comprender que la mentira es tan natural y justificable como el mismo deseo de pertenencia social.

Para el psicólogo José María Martínez de Selva, la mentira está implantada en nuestro organismo comunicativo, y por eso resulta indispensable entender la naturaleza de “las mentiras necesarias”, partiendo de la comprensión del autoengaño y la falsificación de narrativas como herramientas adaptativas. La mentira habita en nosotros, de la misma manera que nosotros en ella, y para entender ese fenómeno conversamos con el especialista.

—Profesor, más allá de definiciones oficiales, desde su experiencia como profesional y como individuo, ¿qué es la mentira?

—La mentira acontece cuando somos conscientes de la mentira misma, cuando buscamos aprovecharnos y engañar, cuando hay una intencionalidad. No existe una mentira sin intención, porque entonces eso ya no es una mentira, o al menos no una mal intencionada.

Autores a lo largo de la historia han asegurado que nadie se atrevería a escribir la historia de la mentira y a perfilar al mentiroso promedio. La tarea implica valor y coraje, al igual que redactar La psicología de la mentira sin ser un mentiroso, pues no hay un origen definido: convivimos con la mentira desde la infancia y nos empapamos de ella a diario. El autor de ese libro (Paidós, 2005), José María Martínez de Selva (profesor de psicobiología y neurociencia del comportamiento, nacido en Elche, España), no se compromete a reprochar al que miente y enlistar los pasos para derrocar al engaño y la deshonestidad, pero sí invita a hacer sentido sobre su habitualidad. Para algunos será un alivio escuchar al profesor Martínez cuando afirma que “la mentira forma parte de la conducta social, es necesaria e incluso adaptativa”, pero es confuso escuchar que “incluso los chimpancés y primates mienten”, cuando vivimos en una sociedad con tolerancia cero hacia el mentiroso. 

—Entonces, ¿es la mentira un proceso natural? 

—La mentira forma parte de la conducta social y de la comunicación eficaz, y tiene muchos niveles y tipos, no hay duda de que ésta construye la cohesión social, la identidad, e incluso la comprensión del otro; pero no hay que olvidar que siempre es peligrosa: al final, mentir implica una lucha interna entre la convicción social (no personal) a decir la verdad y el temor de las consecuencias; además, a nadie le gusta ser engañado.

Y así, reflexionas a diario si las pequeñas y grandes mentiras impactarán la manera en que existimos, sientes culpabilidad al mentir, y no entiendes que esto es parte de nuestra conducta social, nuestra complejidad y nuestro autoconocimiento, y que responder con un alegre pero fingido “súper bien” cada vez que te preguntan cómo estás, es natural, y es parte de las mentiras sociales que moldean la interacción. 

Como sociedad apreciamos la revelación, el conocimiento y el desengaño; confiamos, aunque cuestionamos. Confiamos en que en una respuesta, no importa si es la primera o la duodécima, siempre habrá una verdad con la que nos conformamos; por ello nos sentimos traicionados ante la farsa y castigamos al responsable.

El profesor Martínez es reconocido en distintos países debido a su rigurosa investigación y devoción a la psicología, además de desempeñarse como autor publicado, conferencista y catedrático en la Universidad de Murcia, España. Martínez Selva no te contará una historia objetiva sobre moralidad, el engaño y el valor de la verdad, porque la subjetividad está en la naturaleza de la mentira, así como la misma falacia habita en la naturaleza social e individual. 

“La sociedad es una paradoja mal estructurada, que enfrenta a la mentira desde dos enfoques; éstos le dan paz, claridad y sentido; porque nadie podría deliberadamente juzgar el bien o mal intrínseco de un engaño: Está la actitud moralista, donde no hay espacio para una mentira bien intencionada, y está la actitud utilitarista, que genera un juicio con base en el contexto y antecedentes de la mentira y su creador”.

Necesitamos lentes utilitaristas para escuchar y entender que tu realidad es un saco de mentiras, porque no conocemos la verdad absoluta y porque hacemos uso del autoengaño a diario para ser capaces de responder al qué, al quién, al cómo y al por qué. Engrandecemos las ventajas y disminuimos las desventajas para llegar a un consenso, “nos contamos mentiras altruistas entre amigos en un acto de cariño, porque no podemos vivir en conflicto e incertidumbre, no somos capaces de habitar la verdad absoluta”. 

Y hay incluso cierta belleza en la intimidad de las mentiras y el discreto rechazo hacia las verdades molestas, en la necesidad de engañarse a uno mismo y de elaborar una falsedad que proteja al otro; hay intimidad en el esfuerzo solitario que implica la fabulación y el peligro de caer en una espiral de engaños. 

—Si dependemos de la mentira desde lo más básico, ¿por qué es perjudicial? ¿Qué sucede a nivel neurológico cuando mentimos?

—Es raro. La reacción y activación del cerebro al mentir y al decir la verdad son muy similares; las regiones cerebrales que se iluminan en ambas actividades se sobreponen y, por tanto, la imagen se asemeja. Son las emociones y el esfuerzo intelectual lo que sitúa a la mentira en el lado negativo. Una persona que no sufre de patologías compulsivas se verá aplastada por las emociones y el esfuerzo que implica mentir, generando temor, culpa y afectaciones fisiológicas. 

Incluso dentro del cerebro la intención de salir ganando y dar sentido se sobrepone a la intención de hacer el bien, porque la construcción de los escenarios ficticios en tu cabeza, la definición del “yo“, el chisme que posees y compartes con gratificación, la idealización de ese lugar y de esa persona, son también mentiras, en su mayoría necesarias. Somos autodestructivos en el interior para no perder el hilo de la realidad física.

Lo que pasa después nos recuerda por qué no convertimos a la mentira en el lenguaje universal. “Alguien que miente una vez y tiene un resultado prolífero, persistirá mintiendo, simplemente porque le funciona. Con ello vendrá la pérdida de sensibilidad hacia la culpabilidad de dicho engaño, se generan mentiras más elaboradas y se vuelve imposible distinguir la historia construida de la realidad, y entonces nace un mitómano”.

La mitomanía se apropia y depende de otras patologías como la personalidad narcisista, el trastorno facticio (hacerse el enfermo), la personalidad limite y otras psicopatías; y como buenos habitantes de la era de la vigilancia, el capitalismo y el autoanálisis obsesivo, nos vemos indefensos ante las presiones digitales que impulsan, especialmente a adolescentes y adultos jóvenes, a construir una fábula, un perfil propio y una vida que exceden la libertad narrativa y adaptan conductas mitómanas, producto de la necesidad de afiliación. 

Mentir es parte de ti: no siempre es justificable, pero es un fenómeno racional. El discurso que rechaza a la mentira bajo todos términos habla de intolerancia, porque, aunque la ciencia ponga sus esfuerzos a la identificación de una mentira, esto no implica extraerla de nuestro sistema comunicativo.

“Incluso la Iglesia católica agregó la parte de ‘no mentirás’ al octavo mandamiento; la Biblia sólo dice: ’No darás falso testimonio ante tu prójimo’, que no es lo mismo que mentir. El castigo y regulación a la mentira es el resultado de la paradoja moral, religiosa, educacional y social”, concluye Martínez de la Selva.

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