Dos maneras de habitar el mismo cuerpo colectivo:
dos mujeres en la marcha del #8M
¿Cómo se vive intergeneracionalmente el feminismo? ¿Cómo trastoca los sentipensares asistir, con miles de mujeres más, a la marcha del 8M? Aquí una crónica de cómo madre e hija se concatenan en torno a los modos de sentir y afrontar el mundo siendo mujeres
Las mujeres caminan por los carriles comúnmente ocupados por coches en torno a la glorieta de la Minerva. Gritos de rabia, emoción y resistencia se mezclan entre sí. El aire se tiñe de tonos morados y verdes. Este 8 de marzo, Guadalajara se transformó en un río de mujeres que fluyó por sus calles principales, con la media luna como testigo silencioso y los árboles de jacarandas violetas con sus flores en forma de copa pintando el asfalto del mismo tono de la marcha.
“Somos malas, podemos ser peores”, “Las mujeres trabajando también están luchando”, “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente” fueron algunas de las consignas que se escucharon alzarse entre los negocios y edificios de la avenida Vallarta, obligando a estos mismos muros a devolverlas amplificadas.
En la marcha, fuimos alrededor de 38 mil mujeres. Una cifra que los medios reportarían más tarde con la frialdad de un dato estadístico, pero que en el momento se sentía como un solo organismo vivo desde la glorieta Minerva hasta el corazón de la ciudad. Cada paso, un acto de resistencia; cada grito, una declaración urgente y exigente.
Marcha del 8M de 2025 en Guadalajara. Imágenes: Camila Alvarez y Yadira Ávila.
Entre esa multitud de mujeres, marchábamos mi mamá y yo. Dos generaciones unidas por la sangre y la indignación, separadas por décadas, pero conectadas por una lucha que no conoce edad. Ella, con sus 58 años y sus dudas iniciales sobre “estas nuevas formas”; yo, con mis ideales frescos y mi urgencia. Dos maneras de entender el feminismo caminando hombro con hombro, grito con grito, salto con salto.
No lejos de nosotras, mujeres víctimas de violencia vicaria levantaban pancartas con rostros infantiles: “Hijx, escucha, tu madre está en la lucha”, gritaban con una fuerza construida a partir de su propio dolor.
También estaban ahí los familiares de mujeres desaparecidas, con fotografías que sostenían con la misma delicadeza fortificada con la que se sostiene una herida abierta. En un país donde buscar se ha vuelto oficio de madres y hermanas, cada rostro en esas imágenes era una ausencia que marchaba con nosotras.
Y mientras avanzábamos, la observaba y reflexionaba: ¿qué pensaría? ¿Qué versión de sí misma, joven y rebelde, estaría reconociendo en las chicas de pañuelos verdes y morados? ¿Cuántas luchas habrían quedado suspendidas en su generación para que ahora nosotras pudiéramos gritarlas tan abiertamente?
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Marcha del 8M de 2025 en Guadalajara. Imágenes: Camila Alvarez y Yadira Ávila.
¿Cómo explicarle a una mujer nacida en los sesenta lo que significa el feminismo para una joven del siglo XXI? ¿Cómo entender yo las batallas silenciosas que ella libró sin manifiestos ni redes sociodigitales?
Fue la primera marcha de mi mamá. Yadira Ávila, una mujer de 58 años, nacida en Sinaloa y que llegó a Guadalajara hace más de 40 años, siempre había tenido la inquietud y el deseo de participar en las manifestaciones feministas. Dejó su pueblo y pasado atrás para buscar la libertad que nunca tuvo en su lugar de origen. De joven, sentía que se le invalidaba mucho como mujer, se sentía reprimida y consideraba que no podía decir muchas cosas porque luego la tachaban de liberal y juzgaban que no podía hacer ese cambio que quería hacer. Había un dominio machista y misógino.
—Muchas ideologías que yo sentía que no eran respetadas y me hubiera gustado que en su momento, cuando yo era joven, hubiera habido tanta libertad como se tiene hoy para alzar la voz.
Durante la marcha, la parte más emotiva para ella fue cuando las madres y padres de personas desaparecidas pasaban denunciando su dolor, así como quienes denunciaban el caso de una hija, amiga, hermana o madre que había sido asesinada.
—Vi el dolor, vi a mujeres llorando por alguna pérdida y vi su impotencia, su coraje, un dolor muy marcado, muy profundo.
Un cartel alzado entre pañuelos morados y verdes y entre otras consignas le llamó la atención:
—Decía que cuando fue hostigada, o abusada, no recuerdo bien, sintió culpa, y yo creo que a muchas mujeres en algún momento alguien nos ha acusado de provocativas, de incitar, y yo también en algún momento he sentido culpa. Porque luego creen que por ser mujer ya cualquier cosa es una provocación, y no, es una identidad.
La manifestación fue una acción liberadora. Las mujeres van gritando sus consignas y, esté o no de acuerdo con ellas, Yadira cree que todas tenemos, y debemos, ser escuchadas y luchar por lo que queremos y creemos. Mujeres gritando, exigiendo, diciendo lo que queramos, en un entorno libre.
—Vi mujeres golpeando algunos negocios y pienso que también son manifestaciones válidas, es una manifestación a fin de cuentas de que hay un coraje y hay dolor.
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Hay voces que se heredan, como se heredan el color de ojos o la forma de las manos. Hay palabras que sólo cobran sentido cuando se pronuncian en coro, cuando resuenan entre generaciones. Durante la marcha, mientras observaba a mi madre levantar el puño por primera vez, entendí que nuestras experiencias —aunque distintas— formaban parte de un mismo verso interminable. El siguiente poema intenta capturar esa dualidad: dos mujeres, dos tiempos, dos maneras de habitar el mismo cuerpo colectivo que avanzaba por la avenida Vallarta aquel 8 de marzo:
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—En mi generación todavía hay muchos tabúes, que las mujeres más jóvenes han ido soltando o descartando. Aunque entre generaciones veo similitudes: el coraje de que seguimos siendo acosados y se siguen invalidando nuestras opiniones. En un chat de unos vecinos vi que decían: “No vayan ahorita al centro porque están las brujas manifestándose”. O sea, fue un comentario muy machista que fue hecho por hombres y que dije, “Ay, todavía no tenemos esa aceptación social como para gritar y todo, entonces hay que seguir luchando por tenerla y por mantenerla”.
El mensaje que se tiene que seguir compartiendo siempre es el de seguir luchando. Le sorprende, pero le entusiasma mucho, la libertad y el coraje con el que ve a las generaciones más jóvenes gritar y exigir justicia y libertad.
El feminismo no llega a todas las vidas en el mismo momento ni de la misma forma. Para algunas es un despertar repentino; para otras, una lenta toma de conciencia construida con experiencias cotidianas. Al trazar estas dos líneas de tiempo —la de mi madre y la mía— descubrimos que nuestros caminos, aunque separados por circunstancias históricas y sociales, tienen puntos de intersección que no habíamos reconocido.
Esta es la cronología de nuestros despertares, un registro de cómo dos mujeres de distintas generaciones llegaron a encontrarse en una misma marcha, bajo un mismo grito.
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Marchamos en complicidad y compañía, desde el amor que nos sostiene y el cobijo que nos brindamos mutuamente. Hay contextos que nos separan, creencias a las que cada una defiende, ideologías con las cuales la otra no se identifica y argumentos que no compartimos. Sin embargo, hay una comprensión en común de que ella lucha por lo que cree y defiende y que yo también lo hago desde donde me encuentro y en lo que creo. En paralelo marchamos y protestamos en aquella ruta que se pinta de violetas y verdes, entre gritos y exigencias, saltos y carriolas, infancias y abuelas.
Una marcha es también un acto visual, un despliegue de símbolos y colores que cada observadora interpreta desde su propia historia. Durante el recorrido, mi mamá y yo capturamos imágenes con nuestros dispositivos, casi siempre sin consultarnos, guiadas por aquello que nos conmovía o nos parecía significativo. Al revisar después nuestras galerías, descubrimos que habíamos presenciado dos perspectivas distintas que ocurrían simultáneamente en el mismo espacio.
Lo que sigue es un diálogo visual, un contrapunto de miradas donde las fotografías revelan tanto sobre quién las toma como sobre lo fotografiado. Las imágenes de mi madre se detienen en rostros individuales, en gestos colectivos, en la dignidad de mujeres mayores que se suman a la protesta. Las mías capturan la masa, el movimiento, los símbolos confrontativos. Juntas, componen un mosaico más completo que cualquiera de nuestras perspectivas aisladas podría ofrecer.
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Las palabras cambian de significado con el tiempo, se expanden o se contraen según quién las pronuncie. ¿Qué entiende mi mamá por “feminismo”? ¿Qué entiendo yo por “rabia”? En este diccionario personal, los términos del feminismo se desdoblan en definiciones generacionales, revelando tanto las brechas como los puentes entre nuestras formas de nombrar el mundo. Cada entrada es un pequeño territorio de negociación donde dos perspectivas intentan encontrarse en el lenguaje compartido de la resistencia.
Empiezo por saber qué significa para ella la sororidad. Saborea la palabra unos segundos.
—Escuchar las voces de todas las mujeres, también cuando las mujeres nos unimos con la fuerza que tenemos, entre las mujeres nos reconocemos, nos unimos y nos hacemos más fuertes.
—Para mí, es aquello que, a pesar de las diferencias, aunque siendo consciente de ellas y de la interseccionalidad, trasciende para, justo como mencionas tú, unirse frente a experiencias que luego se comparten, como la discriminación e injusticia, teniendo en cuenta la diversidad de las vivencias y contextos de las mujeres.
—No sé qué es la interseccionalidad.
—Son los cruces de distintos factores que hacen que los contextos sean particulares, o sea, por ejemplo, aquí entra lo de género, clase, raza, orientación sexual, y más. Para mí, la interseccionalidad en el feminismo es importante porque visibiliza cada lucha y se reconocen distintas formas de opresión. Por ejemplo, aquí entraría lo del feminismo blanco que te he platicado antes…
—Bueno, yo creo que definitivamente entre las mujeres sí hay partes que son más afectadas y que sufren mayor discriminación. Pienso que hay que valorar todas las vivencias, como sociedad, y también apoyar las diversidades de luchas feministas, porque luego se nos ataca, se nos discrimina o se nos aparta de algún grupo.
Marcha del 8M de 2025 en Guadalajara. Imágenes: Camila Alvarez y Yadira Ávila.
—¿Qué piensas de la rabia y cómo la vives tú?
—Yo la vivo desde la impotencia de que a veces no se puedan resolver las cosas, como los feminicidios o los casos de violencia en las familias. Me da mucho coraje y me siento impotente porque a veces desde mi trinchera pienso: ¿qué puedo hacer?
—Yo siento la rabia como esa energía necesaria para la transformación social, ese sentimiento que me conecta con otras mujeres y que he aprendido a tener como parte de mi agencia política en el movimiento. Me fascina la rabia, me moviliza y vincula.
Durante la marcha, yo gritaba consignas con rabia. Mi mamá guardó silencio; después comprendí que sentía la misma indignación, pero expresada a través de su presencia digna y firme.
—¿Qué significa para ti el feminismo?
—Mi definición personal sería que las mujeres seamos libres, que todas tengamos voz y que podamos hacer lo que queramos, hacer nuestro propio camino de vida: estudiar lo que queramos, vivir donde queramos, tener las actividades que nosotras queramos, hacer una vida como nosotras queramos y donde haya justicia y libertad para las mujeres.
Brincamos de concepto a concepto. Hablamos sobre nuestros cuerpos y la politización de ellos. También sobre la maternidad, que ha sido una parte muy importante para ella en su vida. Yadira Ávila es una mujer que se considera conservadora en algunos aspectos. Dice que no entiende mucho sobre el aborto, y que no lo defiende. Yo le digo que yo estoy a favor del aborto. Asiente. “Está bien”, me dice.
Desde mi maternidad me gusta que mis hijas e hijo se sientan libres de pensar y hacer lo que ellos quieran, independientemente de lo que yo quiera o desee, que se sientan ellos y seguros. A pesar de que soy tu mamá, no se trata de condicionarte.
Más tarde, al llegar a la casa después de la marcha, le explico por qué estoy de acuerdo con el aborto. “Está bien”, vuelve a decir.
—¿Cuál sería para ti el horizonte feminista? ¿Aquel futuro que anhelarías?
—Esperaría que en un futuro haya más conciencia. Más aceptación, menos discriminación, menos invalidez.
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Marcha del 8M de 2025 en Guadalajara. Imágenes: Camila Alvarez y Yadira Ávila.
Al caer la tarde, mientras nos alejábamos del centro de Guadalajara con pasos cansados, pero ligeros, comprendí que lo que habíamos vivido no era solo una marcha, sino un ritual de reconocimiento mutuo. Observamos cómo el morado y el verde, de pancartas y pañuelos, iban diluyéndose entre la multitud que ahora se fragmentaba en pequeños grupos de mujeres, algunas todavía conversando animadamente, otras exhaustas pero satisfechas. Las jacarandas seguían desprendiendo sus flores violetas sobre el asfalto, como si quisieran conservar por unas horas más la huella de nuestro paso.
En el trayecto de regreso a casa, notamos que la ciudad había quedado marcada: mensajes en las paredes, flores en las calles, rastros de pintura en el pavimento, carteles con consignas declamando las injusticias. La Guadalajara cotidiana y la Guadalajara de la protesta se superponían ahora como dos fotografías imperfectamente alineadas, revelando en esa superposición una verdad más compleja sobre el espacio que habitamos.
Mi mamá y yo volvimos a casa transformadas, cada una a su manera. Ella, con la satisfacción de haber roto un silencio de décadas; yo, con la certeza de que nuestras luchas, aunque expresadas en lenguajes distintos, confluyen en un mismo cauce.
El diccionario compartido que intentamos construir entre ambas sigue siendo un documento incompleto, un borrador perpetuo donde algunas palabras permanecen en disputa y otras se reconcilian en significados nuevos. Pero quizás esa sea precisamente la naturaleza del diálogo intergeneracional: un ejercicio continuo de traducción, un esfuerzo constante por entender y ser entendidas.
Las 38 mil mujeres que marchamos aquel día regresamos a nuestras vidas cotidianas. Los medios reportaron cifras, incidentes, consignas. Pero lo que no pudieron cuantificar fue ese río subterráneo de reconocimientos entre madres e hijas, entre abuelas y nietas, entre mujeres de distintas épocas que por unas horas marcharon juntas bajo el mismo cielo violeta de Guadalajara.
El feminismo no es sólo lo que nos une, sino también lo que nos permite ser diferentes sin dejar de reconocernos en la mirada de la otra.
* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.
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