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Entre conectados y vulnerables

Nuestra vida cotidiana se ha entrelazado con la tecnología. Ya no se trata solo de revisar el correo en el teléfono, compartimos nuestra ubicación en tiempo real, nuestros gustos, emociones, nuestras relaciones a través de plataformas sociales. En todo momento estamos dejando rastros de nosotros mismos.


Yoseline Delgadillo

Nuestra vida cotidiana se ha entrelazado con la tecnología. Ya no se trata solo de revisar el correo en el teléfono, compartimos nuestra ubicación en tiempo real, nuestros gustos, emociones, nuestras relaciones a través de plataformas sociales. En todo momento estamos dejando rastros de nosotros mismos.

Privacidad, ese derecho que nos permite tener control sobre lo que es personal, ha estado desapareciendo poco a poco en la era digital. Cada que decidimos usar cualquier aplicación o una red social, compartimos más datos de los que imaginamos, a veces lo peor de todo, es que no somos conscientes de lo que estamos entregando. Nuestros gustos, búsquedas, interacciones son convertidas en información que se vende y se usa para que las empresas puedan ofrecer productos, anuncios o servicios más dirigidos.

Los agentes de datos son empresas que venden información personal sobre ti. Según Kaspersky, 2024, La venta de datos es un negocio enorme: se estima que la industria está valorizada en USD 200 000 millones al año, con hasta 4000 empresas de venta de datos en todo el mundo. Algunos de los agentes de datos más importantes son Experian, Equifax, Acxiom y Epsilon.

Si dejamos que recojan nuestros datos, nos ofrecerán algo mejor, más personalizado, más seguro. Porque la promesa de seguridad es una de las justificaciones que se dan a este intercambio. El escándalo de Cambridge Analytica volvió a poner sobre sobre la mesa lo vulnerable que somos. En 2018, nos enteramos de que Facebook había dejado que una empresa recolectara datos personales de más de 87 millones de usuario sin su consentimiento, y los usara para manipular sus decisiones durante las elecciones presidenciales de EE. UU. Ese escándalo dejo claro que, a veces, nuestras “seguras” plataformas sociales, no son tan seguras después de todo.

Protección, es igual a recopilación masiva de datos. ¿Alguna vez has aceptado las condiciones de una app sin leerlas?  Todos lo hacemos. Y por lo general, esas condiciones nos dicen que estamos cediendo nuestros datos a cambio de servicios gratuitos. ¿Y qué pasa con nuestra información después?

Es fácil pensar que el precio pro tener una experiencia digital más cómoda vale la pena. Y no podemos negar que la tecnología nos facilita la vida: comprar en línea, pedir comida, ver películas, hacer búsquedas rápidas. ¿Qué estamos sacrificando por todo esto?

En un estudio de Pew Research Center de 2019, el 81% de los estadounidenses dijeron que los riesgos de compartir datos personales superan los beneficios de recibir recomendaciones personalizadas. Lo más interesante es que, a pesar de los riesgos, solo un 25% confía en que las empresas realmente protegen nuestra privacidad. A lo que quiero llegar es que, aunque sabemos que nuestros datos están siendo recopilados, no siempre sabemos qué hacen con ellos o si realmente estamos protegidos.

En un mundo ideal, la tecnología debería estar a nuestro servicio, pero en realidad, creo que es al revés. Nosotros le servimos a ella. Se siente como si cada vez que nos conectáramos, hiciéramos un trato implícito.

Se piensa que ya es demasiado tarde para cambiar, que la privacidad se ha ido para siempre en la era digital. No creo que todo este perdido. Podemos seguir disfrutando de los avances tecnológicos sin sacrificar nuestra privacidad. La clave está en exigir a las empresas más transparencia sobre cómo usan nuestros datos y en pedir leyes más estrictas que realmente nos protejan.

En esa dirección un paso importante ha sido el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), ley que entró en vigor en la Unión Europea en 2018 y que busca darle más control al usuario sobre sus datos. Gracias a esta normativa, las empresas ahora tienen que ser más claras sobre cómo recogen y usan nuestra información, y los usuarios pueden decidir con más facilidad si quieren compartir sus datos o no. Sin embargo, en muchos países fuera de Europa, aún estamos a años luz de tener una legislación que proteja de forma efectiva la privacidad de los usuarios.

Podemos tomar decisiones informadas, elegir opciones que prioricen la privacidad, y ser más críticos con las aplicaciones que usamos. En un mundo interconectado, la privacidad no debería ser un lujo, sino una necesidad y debemos empezar a ser conscientes de lo que compartimos. La tecnología puede ser un aliado, pero no a costa de nuestro derecho más básico: controlar nuestra propia información.

* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.

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