Entre cortinas y susurros
Nos han entrenado para creer que nuestro placer es secundario, una especie de apéndice al acto sexual. Las conversaciones sobre masturbación masculina son más abiertas, y existe esta cultura sobre el “hombre conquistador”. Las mujeres enfrentamos un silencio incómodo o advertencias sobre los peligros de la sexualidad.
Yoseline Delgadillo
Por mucho tiempo llegué a creer que mi sexualidad como mujer estaba exclusivamente vinculada a la procreación, que mi experiencia sexual se reducía a una función reproductiva, ignorando el placer, la conexión emocional y la autoexploración. No me culpen por creerlo; la sexualidad femenina ha sido tratada como un delicado susurro en lugar de una expresión vibrante.
Hemos sido enseñadas a escondernos detrás de una cortina de modestia, en ocasiones a expensas de nuestro propio bienestar. Se ha perpetuado que la sexualidad femenina es algo que ocurre en respuesta a la iniciativa masculina, regalándonos así el rol secundario en la expresión del deseo. Y es que no quiero comparar, pero voy a comparar. La sexualidad masculina ha sido celebrada y promovida de manera más abierta y desinhibida, mientras que nosotras debemos ser reservadas. Y ahí está la ironía: el acto más natural y saludable se trata como un tabú.
Pongámonos serios. En serio, el orgasmo femenino. En un mundo donde se supone que todo debería ser sencillo, la realidad es que el orgasmo es una especie de unicornio, y muy pocas llegan a verlo. Nos han dicho que es el clímax de la experiencia sexual, el Santo Grial del placer.
Según un estudio realizado en el Hospital de Clínicas de Argentina en su sección de Sexología, el 30% de las mujeres no experimentan orgasmos y el 12% nunca han tenido uno, ni solas ni con sus parejas. Para muchas, el camino hacia el orgasmo puede ser complicado; en lugar de un momento de euforia, a veces es un largo viaje lleno de dudas y ajustes. Imaginen a un hombre diciendo que nunca se ha tocado a sí mismo. Lo tacharían de mentiroso o de tener algún problema, pero si lo digo yo, o cualquier mujer, nos hace respetables. ¿Por qué?
Nos han entrenado para creer que nuestro placer es secundario, una especie de apéndice al acto sexual. Las conversaciones sobre masturbación masculina son más abiertas, y existe esta cultura sobre el “hombre conquistador”. Las mujeres enfrentamos un silencio incómodo o advertencias sobre los peligros de la sexualidad. Esto solo ha alimentado la idea de que nuestra sexualidad debe ser más contenida o discreta, cuando en realidad, ambos sexos experimentan deseo con la misma intensidad.
Expectativas, presión y silencio
Lo que sin duda tenemos en común es que ambos cargamos con una mochila llena de expectativas sociales. A la sexualidad masculina se le exige ser el proveedor del placer, tomar la iniciativa y dominar en el sexo. En una investigación realizada en México acerca de la sexualidad, Ivonne Szasz reveló que existen múltiples presiones sociales relacionadas con la masculina; sienten la necesidad de demostrar su virilidad a través de relaciones sexuales múltiples.
Por otro lado, a la sexualidad femenina se le dice que debe controlarse, medirse y, muchas veces, ponerse al servicio de las necesidades masculinas. Y es que esto no es una competencia. Esta presión de “rendir” puede ser agotadora, creando un ambiente donde el sexo deja de ser un espacio de disfrute compartido y se convierte en una prueba de masculinidad.
Nuestro amigo de cada mes, el ciclo menstrual, es otro aspecto de la sexualidad que a menudo dejamos fuera de la conversación. Muchas mujeres experimentan mayor deseo sexual durante la ovulación, justo cuando se nos dice que debemos “estar fuera de servicio”. Es como si nuestro cuerpo nos jugara una broma, como si la sociedad nos obligara a poner nuestra sexualidad en una caja, bien empaquetada y sellada para que coincida con el calendario sexual. Según apunta un análisis de la Universidad de Stanford, antes de 1950 solo se había realizado un estudio sobre sangre menstrual. “En las siguientes décadas se publicaron 400 estudios sobre la menstruación frente a más de 10,000 sobre la disfunción eréctil.”
Así que, aquí estamos, en un punto de inflexión donde la conversación sobre nuestra sexualidad ya no puede ser ignorada. En un mundo donde los estudios sobre disfunción eréctil superan en número a los sobre la menstruación, parece que la sexualidad femenina sigue atrapada en una cortina de invisibilidad. Después de todo, si vamos a hacer que nuestra sexualidad sea visible, que sea con toda la pasión y el desenfado con el que se celebran otras experiencias. Porque si no lo hacemos, nos arriesgamos a seguir perdiéndonos en un laberinto de tabúes y silencios, mientras la vida pasa y nosotras, mágicamente, seguimos siendo invisibles en nuestra propia experiencia.
* El autor es estudiante de Periodismo y Comunicación Pública en el ITESO.
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