“No se olviden de su gente”
Una visita al panteón de Mezquitán, días antes de los tumultos.
Andrés Nuño
Fotos: Andrés Nuño
Calzada Federalismo, cruce con José María Vigil. Martes en la tarde. Enfrente hay un tianguis colorido con cientos de personas que buscan un nuevo atuendo. De camino al lugar, encuentro un par de puestos donde venden flores rosas y amarillas, que contrastan con el grafiti de las paredes. Ese arte urbano, que pretende pluralizar el panorama, incluye imágenes tan bizarras como un Homero Simpson que parece llevar días sin comer, y tiene cara de pocos amigos.
Toda esta mezcla de paisajes se combina con el concierto urbano. Escucho una ambulancia de fondo, los claxons retumbando por aquel conductor que dio mal la vuelta…
Cuando entro a mi destino, mi mente se olvida del camino. Lo único que da vida a este lugar son las personas que veo armando un altar de muertos. He llegado al panteón de Mezquitán, que se inauguró en 1896 (tiene 127 años) y coincidentemente se abrió un 2 de noviembre, ante la saturación del panteón de Belén, que abrió desde 1848.
Lo primero que hago al llegar al pasillo principal es responder a un hombre que me pregunta si me puede ayudar. Veo en exhibición unos veinte tipos de placas para criptas, con diferentes tipos de letra. Intento imaginar la vida de José Raúl González, escrito con una letra cursiva pronunciada y con un escudo del Atlas impreso en su placa. Lamentablemente no los pudo ver campeones en vida, pues nació en 1952 y murió en 2020, por lo que se quedó un año corto de celebrar en ambos casos.
Consulto si todavía hay lugar para sepulturas nuevas. Me responden que sí, todavía hay criptas disponibles. Incluso, los trabajadores del cementerio excavan cada semana dos huecos de unos diez metros de profundidad para tener nuevos espacios.
Adentro, me desvío de los caminos de concreto y recorro los jardines. Me doy cuenta de que, a pesar de haber cuidadores, hay un gran rastro de olvido. Me topo con un Jesús caído y cruces de piedra rotas en el suelo, sepulcros semi abiertos, lápidas con inscripciones indescifrables.
Continúo por el matorral y veo a la distancia a un hombre mayor de 40 años, con playera roja y un gorro digno de un día de safari, color beige, que cubre parte de su nuca. Este hombre está limpiando una tumba, le está quitando el polvo a unas losas de mármol. Me acerco con duda, pues no sé qué tan abierto esté a entablar una conversación. Para mi sorpresa, Clemente está dispuesto a darme su testimonio.
Él vive actualmente en Aguascalientes, y tuve la suerte de hablar con él el día que dedica cada año a cuidar el lugar, a más de doscientos kilómetros de su casa, donde su familia fue sepultada. Su madre le inculcó este noble gesto, y, a pesar de que ella lleva treinta años reposando en la tumba con sus abuelos, Clemente ha sostenido la costumbre de visitarlos para mantener en buen estado sus aposentos. Antes de acabar nuestra breve charla, me comenta: “Tengo hijos de tu edad. Yo te pido encarecidamente que no se olviden de su gente.”
Una cosa que llama la atención es que hasta en el panteón hay clases. Y es que el corredor principal alberga a figuras tan importantes como José Guadalupe Zuno, ex gobernador de Jalisco y refundador de la UdeG. Del otro lado del pasillo, unos elegantes mausoleos atrapan la vista. Lujosos vitrales, columnas de mármol, talladas con flores y diversos adornos ostentosos. Claramente el presupuesto dedicado a estos lugares dista mucho del dedicado a las lápidas ya indescifrables.
El paso del tiempo no perdona ni a las tumbas. Cuando una familia se olvida de sus muertos, nadie cuida los espacios donde se encuentran. Me recuerda aquella frase de Yourcenar; “la memoria de la mayoría de los hombres es un cementerio abandonado donde yacen los muertos que aquellos han dejado de llorar y querer”.
Al salir, alcancé a notar que empezó a nublarse, como si el cielo se hubiera contagiado de la tristeza que sentí por ver el descuido de un recinto de 87 mil almas que allí descansan.
¿Cómo contrarrestar este descuido? Quizá pensar que el Día de Muertos no es sólo el 2 de noviembre, se puede celebrar cualquier día del año. Así como Clemente viaja a visitar la tumba de su madre, podemos dar un tiempo, no importa cuándo, para honrar la vida y obra de los que ya no están.
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