
Una ciudad que no nos deja sentir
El llanto en espacios públicos de Guadalajara nos revela una pregunta muy amplia: ¿cómo se vive lo afectivo en nuestra ciudad? Arquitectos, urbanistas, profesionales en movilidad y colectivos proponen repensar la planeación urbana desde las emociones y los cuidados. Mientras las personas lloran en el transporte público, avenidas o parques, surge la necesidad de espacios que reconozcan y acojan la dimensión emocional de nuestra vida urbana
Reportaje e ilustraciones de Camila Alvarez
I. Teoría y práctica de lo afectivo en espacios públicos
En la ruta de Mi Macroperiférico una persona va camino a un concierto mientras llora de emoción y de alegría. En la ruta 626 otra persona va de regreso a su casa después de haber roto una relación; también llora. Santa Cruz de las Flores, de igual modo, es un espacio en el que lloran por motivos de ansiedad. Se llora por lo que vendrá y por lo desconocido: como quien pasea a su perrita, a quien nota rara, en un parque, y se precipita al porvenir y a lo irremediable. Al igual que se llora por frustración e impotencia al salir del trabajo: como quien labora lejísimos y al regresar a su casa se perdió por meterse en otra calle; el cansancio emergió en lágrimas.
En la ciudad de Guadalajara, y en sus alrededores, se llora. Sin embargo, ¿a dónde arrojamos nuestro llanto cuando ya no podemos contenerlo? ¿Cargamos con él hasta volver a nuestro hogar? ¿Hay un parque pensado para llorar? ¿Cuál sería, en realidad, el lugar para el famoso dicho “a llorar a la llorería”?
¿Cuáles serían las llorerías de Guadalajara?
* * *
Mauro Gil-Fournier, arquitecto, investigador y docente, fundó, hace 15 años, Arquitecturas Afectivas, un espacio en el que “una comunidad hace arquitectura con placer, desarrollando los afectos de personas, otros seres y cosas vivas”. Desde su página web y en el primer momento en el que nos encontramos, él hace una distinción: “Los afectos no son las emociones, ni los sentimientos; sino un entorno práctico y teórico que sitúan un lugar posible de colaboración y cooperación, centrados en la potencia de la acción, la pulsión de cambio y transformación y desde donde observar el lugar de las decisiones”.
Para Mauro, el afecto es una decisión que está estratégicamente colocada sobre la mesa. En cambio, subraya que las emociones y los sentimientos van hacia un ámbito experiencial. Él a veces puede experimentar “cosas muy altas o muy bajas, puedo estar muy alegre o sumido en una gran tristeza”. La vida, sugiere Mauro, es un movimiento de esas emociones y sentimientos que nos parecen incontrolables.
El afecto no es, entonces, incontrolable; es una decisión.
“Me atraviesan distintas emociones [incontrolables] que crean afectos diferentes [decisiones de expresión], y yo puedo tomar conciencia para ordenar esos aspectos [las emociones] y tomar decisiones para ver de qué modo quiero que el afecto gobierne mi vida: bondad, cuidado, ternura u otro tipo de afectos”.
El afecto del cuidado no solo es un pilar en la conversación con Mauro; también, más adelante, está con Renata y Eduardo, en el mapeo de lo afectivo, y aún más adelante con Yeriel, en la movilidad urbana, y con Triana, en el urbanismo feminista. Mauro recuerda hace catorce años uno de sus primeros textos sobre el cuidado y recita a corta memoria, con un tono entre pregunta y afirmación, una de las líneas que escribió: “El arquitecto puede ser un cuidador urbano”. El urbanismo de los cuidados defiende el hecho de poner la vida en el centro, pero a él le gusta decir que mejor “pongamos los afectos en el centro”, porque dentro de los afectos están el cuidado, la bondad, la ternura. Que los afectos se pongan en el centro de una comunidad, de un proyecto o de cualquier situación, y que sean los que nos movilicen, como la decisión consciente, a realizar acciones.
“Cuando ponemos los afectos [en el centro], también se involucran otras partes de este: vergüenzas, impotencias, fragilidades, ambiciones. Hay desajustes afectivos, pero también, de la mano con nuestras decisiones afectivas, se pueden construir proyectos increíbles. El problema también está en que muchas veces se hacen trabajos o se crean espacios que no tienen esa seguridad afectiva de poderse expresar de manera libre”.
Con la seguridad afectiva, Mauro propone en la conversación otro pilar inquietante: atrevernos a exteriorizar qué queremos en realidad. Lo que realmente nos mueve para hacer ese trabajo, para formar ese espacio. La libertad de poder compartir perspectivas con la seguridad de que se puede ser honesto con nuestras convicciones y no ser señalado, sino comprender y reconocer que también somos personas con necesidades.
“Tenemos ambiciones, compartimos valores y una serie de cosas que las ponemos a disposición de la realidad para el encuentro con el otro, porque la ciudad no es más que el lugar del encuentro con el otro, el urbanismo es eso también. Lo afectivo quiere ir a la apariencia más real, y que pongamos las cosas sobre la mesa desde el primer momento para poder trabajar a gusto desde ahí, sin restricciones; sin miedo a decir lo que realmente pensamos”.
Otro pilar se entreteje con lo anterior: la creación de un organismo afectivo desde y en el urbanismo. Es importante reconocer que somos personas con ideologías y convicciones y que, para que una persona pueda trabajar y crear, debe de reconocer que va a hacerlo con otras personas que también cargan con otros contextos, convicciones e ideologías. El organismo afectivo propone deslindarnos un poco de estas cosas, porque tenemos que reconocer al otro para también reconocernos a nosotros mismos como seres en un mismo espacio:
“Si vamos a la confrontación desde el primer momento, no podemos construir nada. Porque a veces el otro machaca directamente, el fuerte sobre el débil, pero yo trato de que podamos crear espacios donde la coexistencia de lo que es también es imperfecto en todos pueda estar. Que un “nosotros” pueda suceder”. Mauro también considera que parte esencial para coexistir y comprender la afectividad en nuestros espacios es la sensibilidad. “Las arquitecturas afectivas promueven un lugar donde la sensibilidad pueda ser expresada y nos invada a todos”.
Muchas veces pensamos cómo el espacio nos afecta a nosotros. La iluminación, las aceras, el arbolado. Pero muy pocas veces, o casi nunca, nos preguntamos de qué manera nosotros también afectamos al espacio. Las personas somos agentes de producción de espacios. Construimos atributos a ciertos espacios, ya sea la disciplina, el grito, el enfado o incluso el llanto. Hay un vínculo, propone Mauro: “No solo hay que preguntarnos cómo el espacio nos afecta, sino también cómo producimos espacios”. En cada persona, colectivo, comunidad, hay agencia, está el poder de crear y transformar espacios. El afecto también es la capacidad y potencia de transformar las cosas.
* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.
Deja un comentario