Los vestidos del México de Silvia
Silvia García de Alba ha sido una promotora cultural y mecenas de las artes mexicanas que ha dedicado su vida a preservar la historia de México a través de una colección de vestidos tradicionales; cada pieza se entreteje para dejarnos atisbar un panorama de cómo se ha construido el telar de nuestro país
Alejandra Partida Vital
Todos hacemos una curaduría al decidir cómo vestirnos: si bien con diferentes grados de meticulosidad, nadie puede escapar de ser percibido, y eso hace de la vestimenta un reflejo consciente o inconsciente de cómo se ve un individuo parado frente a su rol en la sociedad. Silvia sabe esto mejor que nadie. Lleva casi toda su vida coleccionando trajes típicos y accesorios que reflejan su mayor pasión: la cultura mexicana.
Me recibe con una camisa bordada de Juchitán, Oaxaca, parte de un traje mestizo con influencia de los mantones de manila. Lleva con ella un collar de monedas antiguas. Me confiesa entre risas que no está segura si son de oro o no. “Se supone que sí deberían ser”, me dice con su voz profunda. No parece preocuparle; alza el mentón y me pide que le tome una foto de pie, para que luzca el collar.
Silvia no solo colecciona, sino que está orgullosa de encarnar su propia herencia cultural, en la que se encuentran vestidos de toda la República Mexicana, desde Jalisco hasta Yucatán. Su colección, de 250 vestidos, más de 100 rebozos y joyería de épocas distintas, abarca un siglo de tradiciones y estilos, algunos de ellos con más de cien años de historia.
Entre los “consentidos” de su colección se encuentra un vestido que perteneció a su madre, Carolina, una pieza que Silvia atesora no solo por su valor histórico, sino por la conexión emocional que representa.
“Una folclórica auténtica”
“Mi mamá cantaba”, recuerda Silvia. Catalina de García de Alba era una mujer adelantada a su época y, aun cuando su madre la golpeaba por no llevar velo y faltar a la iglesia, Catalina se atrevió a ser una poeta y artista. Silvia asegura que su amor por la cultura mexicana le nació gracias a la influencia de su madre. Catalina, por su parte, heredó los valores del nacionalismo posrevolucionario de la época. Su propio padre, el abuelo de Silvia, era un charro revolucionario a quien Catalina le compuso un poema en su libro, La noche llora.
Catalina cantaba en un dueto que sonaba al aire en XEW Radio, llamado Las Abajeñas. “De chiquillas, la oíamos, y fuimos aprendiendo, mi hermana la mayor y yo la más chica”. Así fue como Silvia y su hermana, Yolanda, se fueron adentrando a lo que sería su carrera musical.
Ya más tarde, cuando Silvia fue candidata a reina de la primavera, ella y su hermana fueron descubiertas por el promotor cultural Eulalio Ferrer, quien las invitó a formar parte del programa Noches tapatías. A partir de ahí se adentraron a la escena musical de los años cincuenta, donde aprendieron de primera mano de artistas como Agustín Lara, Lola Beltrán y José Alfredo Jiménez, quienes solo son unos tantos de los íconos culturales que pasaron por los programas de Ferrer.
“Yo empecé a cantar con el autor Chucho Monge, era el autor de «México lindo y querido», y con Pepe Guízar (el compositor de «Guadalajara») en Noches Tapatías. María de Lourdes para mí fue la mejor cantante. También Lola Beltrán tenía presencia, pero para mí la mejor fue María de Lourdes, y fue muy amiga mía”.
Silvia aún conserva varios vestidos que usaban ella y su hermana en los programas, además de los de María de Lourdes, a quien ella considera “una de las folclóricas más auténticas”.
Silvia recita un poema de Cata a Trino
De Manolita Arreola al milagro mexicano
No se puede hablar de la cultura mexicana sin mencionar la Revolución, que fue el evento precursor a la transformación del país en el siglo XX. El mexicanismo idealizado de la época dio paso a lo que se denomina “nacionalismo romántico”, fenómeno que impactó profundamente en los cambios sociales y cultuales de las décadas siguientes. Entre los vestidos de Silvia, se encuentra un traje pintado con la imagen de Manolita Arreola, una artista y cantante de los años treinta y cuarenta, quien representaba el espíritu de la época posrevolucionaria, vistiendo con trajes de china poblana en sus giras y conciertos.
Entre los años cincuenta y setenta del siglo 20 ocurrieron cambios en México que lo transformaron radicalmente. A este periodo se le conoce como el “milagro mexicano”, y se caracterizó por un crecimiento económico y el paso de una sociedad mayoritariamente rural hacia una cada vez más moderna, urbana e industrializada. La prosperidad económica propició que se otorgara mayor valor a las artes: se invirtió cada vez más en artistas y una mayor cantidad de personas pudieron acceder a su trabajo. Estrellas de la radio mexicana se mudaron por primera vez a la televisión y el cine tuvo un nuevo auge con la nueva ola de películas mexicanas con enfoque más experimental. En la música, el nacionalismo de la época posrevolucionaria se fusionó con influencias de Europa para dar paso al neonacionalismo, una mezcla entre la música étnica mexicana y la música urbana popular.
Las Hermanitas De Alba
Silvia se retiró de su carrera musical cuando se casó con Jorge Rojo Lugo, heredero de una dinastía política, cuyo padre fue regente del Distrito Federal y gobernador de Quintana Roo. Rojo Lugo fue nombrado por Luis Echeverría director general del Banco Nacional Agropecuario; fue gobernador de Hidalgo en 1975 y, más tarde, el presidente José López Portillo lo nombró secretario de la Reforma Agraria.
“Cuando se casó, el esposo de Silvia ya no la dejó cantar. Él era muy serio, muy machista, pues, como se usaba entonces, pero de todos modos ella no le hacía caso: siempre se independizaba como podía”, comenta Teresa, la cuñada de Silvia.
“Yo fui a la toma de posesión de él”, recuerda. “Fue en Pachuca, y el presidente era Echeverría. Primero habló Jorge, y luego Silvia habló tan bien que todo el teatro se paró y aplaudió, y el presidente le dijo: «Me dan ganas de dejarla a usted de gobernadora de Hidalgo, y usted, señor Jorge, mejor se queda de presidente del DIF». Así era ella: muy destacada. Fue toda una gobernadora, de lo mejor de lo mejor; ella se preocupó: en cuanto tomó el puesto, consiguió casas, escuelas y hospitales para toda la gente y mejoró el estado muchísimo. Todavía ahorita la quieren mucho”.
En 2018, el Congreso de Hidalgo le otorgó la medalla Pedro María Anaya por su labor en el altruismo social y por su impulso de las tradiciones y la cultura hidalguense. En 2023, la sociedad de Tulancingo le realizó un homenaje en donde Silvia sacó su colección de vestidos para llevar a cabo un desfile. Allí se conmemoró “su paso por el DIF para ayudar a los desprotegidos” y, nuevamente, su labor altruista.
Damismo, y las mujeres en la política
Dentro de las actividades sociales y culturales de la política mexicana, Silvia llegó a conocer a María Esther Zuno, la esposa de Echeverría. Recuerda que ella organizaba eventos para promover la cultura mexicana y recibir a invitados distinguidos en Palacio Nacional, donde citaba a las esposas de gobernadores a que atendieran vistiendo trajes típicos. “Yo pedí usar un traje de china poblana”.
Después de ese evento fue que se contagió con el amor por los trajes típicos mexicanos. Si bien Silvia había empezado a coleccionar vestidos desde que cantaba con su hermana Yolanda, María Esther fue la inspiración de Silvia para consolidar el proyecto. “Por ella tengo todos los trajes que tengo”.
Durante los mandatos que ocurrieron en la época del milagro mexicano, el rol de la mujer en la esfera pública cambió radicalmente. Esto permitió que surgiera el fenómeno del damismo, donde las mujeres de clases medias y altas participaron en grupos y organizaciones de caridad y asistencia social. El damismo tomó fuerza a partir de dos procesos: la secularización y los movimientos de emancipación de la mujer.
Con la secularización, la influencia de la religión en el Estado moderno disminuyó, y la moralidad se desvinculó de la iglesia; entre algunas personas, esto promovió una conciencia moral individual basada en la justicia, los derechos humanos y la equidad, principios a los cuales cualquier ciudadano podía inscribirse sin importar su postura religiosa.
En este contexto, la atención a la pobreza dejó de ser exclusivamente un asunto de caridad religiosa, y se reconoció que el Estado tenía la principal responsabilidad de garantizar el bienestar social. Así, emergió la esfera social como un espacio intermedio entre el Estado y la sociedad que les permitió dialogar, y que popularizó la idea de la pobreza como una responsabilidad colectiva y un deber moral compartido por los individuos.
Con la idea de los derechos humanos como inherentes y universales, y la llegada de la tercera ola feminista, la emancipación de la mujer avanzó unos pasos en México. Para las mujeres allegadas a la política, como las esposas de presidentes y gobernadores, esto significó su entrada al ámbito público, del cual históricamente habían sido excluidas, limitándose a los roles tradicionales de esposas y madres. De este modo, pudieron afirmar su libertad e identidad al adaptar las funciones tradicionales de las actividades caritativas religiosas a iniciativas de acción social, asumiendo roles de liderazgo en programas sociales y actividades filantrópicas.
“Yo trabajé con tres esposas de presidentes: María Esther (Zuno) de Echeverría, la señora Carmen (Romano) de López Portillo y luego la señora Ceci (Occelli) de Salinas”, recuerda Silvia. “A la señora Carmen de López Portillo le gustaba mucho la música, y ayudar a los niños que tenían una facultad para tocar algo, darles una beca para que para que fueran mejorando, y les compraba sus aparatos de música”.
En el tiempo de Carmen como primera dama también se creó el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), del cual ella fue presidenta de su Consejo Ciudadano Consultivo.
“Con Ceci era más el arte. Ella restauraba pinturas en las iglesias y las que están en los zócalos. Tenía un programa llamado Adopte un cuadro. Lo «adoptabas», y pagabas lo que se necesitaba para recuperarlo”.
“Ceci Occelli de Salinas era mi amiga, pero para mí la que más trabajó fue la señora Echeverría. Con ella aprendí más, especialmente trabajando con ella en las comunidades”. A María Esther Zuno de Echeverría Silvia la recuerda como una amiga además de una maestra. Dentro del IMPI, María Esther creó un programa de planificación familiar donde convocó a líderes campesinas.
“Y a un programa siguió otro, y otro, y otro…”. Jaime Araiza recuerda, en el libro Yo no soy primera dama, una biografía no oficial de María Esther Zuno escrita por Rosa María Valles Ruiz, que en el sexenio se implementaron 105 programas y que esto constituyó un viraje en la política social del gobierno. Valles Ruiz afirma que este nuevo rumbo de la política mexicana se dio no solo por la cantidad de programas, sino también por el nuevo enfoque comunitario y el énfasis en la organización comunitaria por el bienestar social.
“La familia pequeña vive mejor”
Para Silvia, la colección es una de las herencias que le va a dejar no solo a su familia, sino a todo México. “Los tengo guardados muy bien, y aparte los voy arreglando. Que si le hacen falta lentejuelas, tengo una persona que viene a bordarlos para que estén impecables, porque van a ser un legado para mi México lindo y querido”.
Con el mismo cuidado que pone en la atención a sus vestidos es como Silvia se aproxima a las causas sociales que le preocupan. Una de ellas ha sido la educación de mujeres rurales sobre la autonomía de sus cuerpos. “Falta un programa de planificación familiar bien estructurado y gratuito. Algunas mujeres, por ejemplo, no saben cuándo son los días en los que se pueden tener hijos y cuándo no; entonces es importante que tengan los datos de todo esto, y platicarles sobre cómo pueden no embarazarse”.
Durante el milagro mexicano ocurrió un boom demográfico, es decir, un aumento drástico de la población, que se derivó de avances en la medicina, un mayor bienestar social general y un incremento de poder adquisitivo de las familias. La esperanza de vida entre 1950 y 2000 pasó de 50 a 70 años, y esto reorganizó la estructura social. La planificación familiar cobró más relevancia para mujeres en todo el país.
Entre los años cincuenta y sesenta, la tasa de natalidad subió a siete hijos por mujer. Sin embargo, los setenta marcaron un punto de inflexión para México, cuando ese índice bajó por primera vez en décadas, una tendencia que continúa hoy.
Silvia también recuerda haber ayudado a parteras empíricas, quienes corrían el riesgo de llegar a la cárcel por su labor de asistencia de parto. “Las metían a la cárcel en lugar de que se apoyara a las personas a las que la gente del campo les tiene confianza”. Silvia es enfática en la importancia del papel que juegan las parteras para ayudar a las mujeres con falta de oportunidades a tener partos dignos. En los setenta, la primera causa de muerte de las mujeres eran complicaciones relacionadas con el embarazo.
“Este tipo de pensamiento lo fui desarrollando por la señora Echeverría. Ella siempre nos decía: «La familia pequeña vive mejor». Tenía un programa donde repartía anticonceptivos a mujeres del campo”.
La auténtica pícara mexicana
Además de Esther y María de Lourdes, entre las mujeres que Silvia más admira está su amiga Griselda Álvarez, la primera gobernadora de México, en Colima (1979-1985). Griselda se ofreció a escribir el prólogo para el libro de Silvia publicado en 2020, La Pícara Mexicana. “Se me ocurrió hacer con mi mamá unos cuentos de picardía mexicana. Todos ligados con una sola inicial”, relata Silvia. “Los dibujos me los hizo el maestro Raúl Anguiano, que es un gran pintor”. Los tres cenaban juntos cuando ellos le pidieron que dijera uno de los cuentos que había hecho con su mamá y, después de recitarlo, ambos se emocionaron con la idea. “Se levantó el maestro Anguiano y me dijo: «Yo ilustro eso». Y se levantó Griselda y me dijo: «Yo hago el prólogo de tu libro»”.
En su libro, Silvia demuestra, entre chistes astutos y rebuscados y una prosa ingeniosa, su facilidad con las palabras que tanto la caracterizan. Además, maneja con destreza un amplio repertorio del léxico mexicano, demostrando que ella es la auténtica pícara mexicana.
Los desfiles
A pesar de que Silvia reserva unos trajes para su uso cotidiano, la mayor parte de ellos se desfilan para eventos de caridad. Silvia se organizó junto con dos amigas para enseñar la colección y ayudar a varios grupos de voluntariado. En el Museo de Arte Popular, hicieron “el rebozo a través del tiempo”, “historia de la china poblana”, y “como México no hay dos”. “Todo lo que rescatábamos de dinero en los eventos, lo utilizábamos para servir a alguna comunidad y a la gente. Me gusta mostrar con eventos mexicanos todo lo bonito que tiene en México, porque somos un país donde hay un traje para todos los estados, y aparte hay otros trajes de las regiones de los estados. Tengo una colección preciosa, pues me he dedicado a tener ese gusto¨.
Estos desfiles muestran solo una parte de las maravillas encontrada en la colección de Silvia. Desde vestidos bordados en hilo de seda; en shakira y piedras; o con encaje metálico; hasta rebosos tan tupidos que no tienen un pedazo sin bordar. Otros en fibra de maguey del Ixtle bordados con elementos de la cultura tolteca. Unos vestidos de novia de Yucatán, de Tehuantepec y de La Huasteca con capas en blanco y flores rosas.
Cantante, autora, filántropa, madre y primera dama, Silvia es una mujer multifacética, cuya constante en la vida ha sido la pasión por la cultura mexicana. “Mi esposo no recuerda a Silvia llevándolo al kínder, pero en todos los bailes y todos los festivales siempre estaba con él”, platica su nuera. México está presente en todo lo que Silvia es y hace.
* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.
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