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El arte de vender historias

El sol apenas comienza a asomar cuando Leticia García llega al tianguis. El lugar ya está en pleno movimiento: los vendedores descargan cajas repletas de antigüedades, mientras la multitud comienza a recorrer las tres cuadras que abarcan este vibrante mercado. Desde libros antiguos hasta juguetes vintage, es fácil perderse entre los cientos de puestos que se extienden a lo largo del tianguis..


Yoseline Delgadillo

El sol apenas comienza a asomar cuando Leticia García llega al tianguis. El lugar ya está en pleno movimiento: los vendedores descargan cajas repletas de antigüedades, mientras la multitud comienza a recorrer las tres cuadras que abarcan este vibrante mercado. Desde libros antiguos hasta juguetes vintage, es fácil perderse entre los cientos de puestos que se extienden a lo largo del tianguis.

Leticia atrae miradas desde lejos. Lleva un vestido blanco con flores estampadas, un collar de perlas adornado con una gran flor en el centro y, como toque final, un elegante sombrero blanco decorado con delicadas plumas que se alzan desde su cabeza. Ni las muñecas de colección, ni las tazas, ni los relojes que ofrece consiguen opacar su presencia.

“Este collar, este vestido, este sombrero son antigüedades. Este sombrero tiene plumas de ganso real. Este collar son perlas auténticas. Mi vestido lo vi y me encantó; tengo miles iguales”, dice con entusiasmo.

Leticia recuerda su infancia con su hermano menor, quien le inculcó el amor por las piezas de otros tiempos: radios antiguos, cristalería de Murano, e incluso una máquina de cuerda que, cuenta con orgullo, es la misma donde se inventó La Cucaracha. Su hermano ya no está, pero la pasión permanece intacta.

Entre risas y nostalgia, narra una de sus historias más divertidas y trágicas: la vez que vendió esa máquina única, que tocaba la canción La Cucaracha, por apenas 300 pesos después de que el comprador insistiera en regatearle hasta ese precio. Para su sorpresa, minutos después vio cómo el mismo hombre revendía la máquina ahí mismo… ¡por 120,000 pesos!

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“Claro que me enojé. Dijimos: ‘¡Qué cabrón!’. Ahorita ya me da risa, pero en ese momento fue nuestra tristeza de la semana, más para mi hermano que para mí. Aprendimos al menos a estar más truchas”, recuerda.

La máquina, una caja de música, según Leticia, era especial porque creía que fue la primera en reproducir esa melodía. Aunque admite que no le consta, para ella simboliza la trascendencia de algo tan cotidiano como una canción. Hasta donde sabe, La Cucaracha comenzó a popularizarse en los organillos, un instrumento musical de origen alemán que se toca en las calles y que ganó fama en México durante la Revolución.

Leticia ha estado en el negocio de las antigüedades por más de tres décadas, y sus aventuras no solo se limitan al tianguis. Cada tres meses viaja a Estados Unidos para adquirir piezas que, en México, son cada vez más difíciles de encontrar.

Sin hablar inglés y con un espíritu aventurero, Leticia toma un vuelo directo a Tijuana, donde inicia su recorrido en busca de tesoros antiguos. Suele quedarse en un hotel cercano a las zonas de “ventas de garaje” y, desde ahí, comienza su búsqueda meticulosa. Se levanta temprano y recorre grandes distancias empujando dos carritos de tianguis cargados con los objetos que ha elegido con ojo clínico.

“Ya sé qué piezas elegir. Tantos años en este negocio me enseñaron qué vale la pena y qué no. Basta con ver cada pieza detalladamente para identificar el lugar y año en que fue fabricada; ahí encuentro su valor. Pero suelo confiar en mi instinto”, explica.

Una vez que tiene sus hallazgos, los envuelve cuidadosamente en plástico para protegerlos y los envía a Guadalajara. Este proceso le cuesta alrededor de 28,000 pesos mexicanos por envío. En la frontera, debe declarar cada pieza y, a menudo, lidiar con costos adicionales.

Para evitar problemas, Leticia aprendió a vestirse con ropa cómoda y casual para no llamar la atención. Este truco, junto con su astucia en las negociaciones, le ayuda a reducir gastos. A pesar de los desafíos, cada viaje es una aventura que la llena de energía y mantiene vivo su negocio en Guadalajara, donde es una de las vendedoras pioneras en el tianguis.

Sin importar las barreras del idioma ni los kilómetros recorridos, Leticia confiesa que las antigüedades le dan vida. “A veces camino horas cargando mis carritos llenos de historia y recuerdos”, dice, sonriendo. Cuenta también las veces que la Policía la ha sorprendido o que ha tenido que caminar sola largas distancias. “Tengo 62 años y estoy operada del corazón, pero cuando me toca cargar algo pesado, me siento más fuerte”.

“Esto es lo que soy, con esto crecí. No sé hacer otra cosa. Las historias detrás de los objetos es a lo que me dedico. Este tianguis ya no es lo que era antes, eso es triste. Yo soy de las pioneras aquí.”

Leticia sonríe al final, agradecida de seguir con la tradición que su hermano y su madre le heredaron. “Este es un negocio que me mantiene viva”, concluye. Y entre los tarros de colección y relojes cucú, queda claro que cada pieza es parte de un rompecabezas mayor: su historia.

* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.

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