
IV. Urbanismo para personas
Cuando sabes que hay una sombra o un buen árbol que te permite descansar, llorar y reír, creas un vínculo con la ciudad en la que vives; el reto es planear una Guadalajara que permita que sus habitantes se vinculen con ella también desde sus afectos
Reportaje e ilustraciones: Camila Alvarez
IV. Urbanismo para personas
Triana Zepeda, fundadora del colectivo Transeúntas y con un extenso trabajo sobre la manera en la que las personas habitan la ciudad, nos sugiere pensar el urbanismo afectivo y nuestra ciudad también desde la pertenencia y permanencia. Con una perspectiva de género, menciona cómo las ciudades fueron creadas por hombres sin tener en cuenta las necesidades de las mujeres y otras disidencias que también habitaban la ciudad. Esta forma de centralizar las ciudades para la producción: trabajo, comercialización, transporte público; y de mandar a las periferias lo reproductivo: mujeres, hogar, trabajo doméstico, viene desde la creación de urbes en Estados Unidos. Las mujeres se quedaban en la casa haciendo los trabajos de cuidado, y los hombres ocupaban el espacio público cuando se transportaban e iban a trabajar. Las mujeres no fueron contempladas, sino que fueron separadas del espacio público y, por lo tanto, nuestras necesidades no fueron cubiertas.
“Los hombres no son las únicas personas habitando las ciudades”.
Triana también menciona esta visión androcentrista ligada a la antropocentrista, las cuales ponen sobre la mesa la discusión de que los humanos no somos los únicos habitando el planeta y las ciudades. “Se diseñaron ciudades y sistemas pensando en un solo género [hombres cisgénero], en un tipo de cuerpo, en un tipo de movilidad [coche]. Lo que hace el ecofeminismo es también tomar en cuenta las otras especies”.
Para Triana, la planeación urbana se trata de un urbanismo con perspectiva de género y de diversidad. Puntualiza que, aunque se asocie a los estudios de género solo con las perspectivas femeninas, en realidad no es así: el urbanismo de género abarca a una pluralidad de personas.
“Lo afectivo siempre tiene relación con lo femenino. Sabemos que el patriarcado o el sistema también violenta a los hombres al arrebatarles esta conexión con sus emociones. Es muy difícil ver llorar a un hombre y menos verlo llorar en el tren, en el transporte público o en el espacio público, porque siempre es algo que se conecta con las mujeres, con lo sensible”.
Sin embargo, también es importante dimensionar las distintas arterias que problematizan cada contexto, como el ser mujer y cruzar una ciudad que te vulnera, revictimiza y te agrede:
“El cuidado es algo que se nos ha inculcado al nacer por los roles de género: cuidar de lxs demás y cuidar de nosotras mismas, porque podemos ser violentadas o acosadas en cualquier momento. Nos enseñan a cuidarnos desde chiquitas: ’no vayas por ahí’ y ’no te pongas eso’. Se nos inculca el cuidado, va con nuestro género, con nuestra identidad de género, con nuestro sexo genérico, el cuidado ya para nosotras es fundamental. No solo cuidamos de nosotras mismas, sino, hablando de la movilidad y urbanismo del cuidado, sabemos que nos toca cuidarnos [entre todas]”.
A veces también eso es cansado, confiesa. “Solo quisiera andar por la vida o contemplar la ciudad, pero tenemos que cuidar siempre”. Si no se está cuidando a alguien, se tiene que cuidarse a una misma. El cuidado, entonces, es crucial: “Ya no podemos no tomar acciones o estrategias que no vengan desde el cuidado. Aunque también hay que pensar que es una tarea no remunerada”.
Y a pesar de, resiste: “Al no incorporar nuestras necesidades o al no tener un lugar en el diseño para nosotras, hacemos cosas y siempre hemos hecho cosas. Las mujeres siempre hemos estado históricamente ahí detrás de los hombres pidiendo un lugar, exigiendo un espacio”. Triana, desde el colectivo y en otros ámbitos de su vida, siempre busca la colectividad.
“Me superan muchas cosas por parte del sistema y a este no le conviene que hagamos colectividad y comunidad, entonces siempre lo hacemos todo en colectivo y con muchos afectos”.
La decisión política consciente no se queda atrás: “Desde ahí también me sostengo y al poner el cuerpo al centro y en caminatas, marchas e incomodar, es cuando ocupo los espacios públicos y sigo levantando la voz”.
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Un mobiliario digno para sentarnos y sentir; sentarnos y llorar; áreas con sombra y arbolado; señalética accesible para todas las personas; accesible para personas con discapacidad; mantenimiento de la infraestructura; vegetación; espacios sustentables y sostenibles; que los espacios y transporten tomen en cuenta la diversidad de corporalidades.
Estas características “ideales” para poder tener una ciudad que nos abrace y nos permita habitarla son esenciales para las dos propuestas principales a las que Triana nos introduce: pertenencia y permanencia. “Los espacios públicos que hay ahora no nos invitan a permanecer o pertenecer”. Cuando sabes que existe ese espacio de sombra, debajo del árbol y en el que te sientes cómodx, se crea un lugar de permanencia, un lugar de retorno y de seguridad. Te invita a quedarte y crear un vínculo: pertenecer(se).
Para Triana, el punto perfecto para llorar en Guadalajara es el Parque Rojo. Por su conexión personal con este espacio, ella ha llorado, reído, enojado y frustrado entre sus árboles, sombras, columpios. Su rutina es: ponerse sus lentes, no le gusta ser cuestionada o que revictimicen su llanto, colocarse debajo de un árbol o en el área de juegos, en un columpio, y llora. “Y si hay infancias en los juegos no pasa nada, no hacen preguntas”.
También disfruta del llanto en las azoteas. Le gusta ver las estrellas, la ciudad, no hay tanto ruido. En la azotea puede contemplar las nubes y sentir que puede alcanzar el cielo.
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En Guadalajara, si bien todavía no hay espacios e infraestructura que nazcan desde la intención de lo afectivo, o no se han preguntado de qué manera lo afectivo también radica en la movilidad, si no es que en todos los ámbitos de nuestra vida, hay distintos grupos de disidencias, profesionales y colectivos que proponen visibilizar lo invisible. Caminar y reconocer. Observar e intervenir.
En nuestra ciudad se llora por necesidad. Se hace cuando sea y donde toque. En lo oscuro o en la reserva de un espacio intransitado. Pensar las ciudades desde lo afectivo es abrir conversación para que las personas intervengan y habiten el espacio público.
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La calle es una arteria que respira con quienes la habitamos, la parada del camión es un santuario de descanso, con bancas que cobijan nuestro cansancio y con sombras que nos protegen del sol. Los hospitales tienen espacios de transición para el duelo, habitaciones donde la pérdida pueda ser contenida, no solo administrada. Los parques son ecosistemas de encuentros, no solo de tránsito; ahí los árboles son testigos de nuestros abrazos, risas, enojos, besos y lágrimas.
Las rutas del transporte público no medirían solo distancias, sino conexiones: el tiempo que una persona necesita para elaborar su tristeza, el espacio para que un desconocido pueda consolar a otro sin que sea invasivo.
Nuestras banquetas serían territorios de intimidad pública, donde caminar no sea mecánico, sino un ritual de reconocimiento. Cada esquina tendría la posibilidad de ser un lugar donde detenerse, sentir y transformar.
Los muros ya no nos separarían, sino que nos contendrían, nos abrazarían. Los espacios ya no medirían su valor por su eficiencia, sino por su capacidad de cuidar, acoger, de permitir que lo vulnerable sea también una forma de fortaleza.
Una ciudad pensada desde lo afectivo es una ciudad que entienda que cada persona que la transita y la habita no es solo un cuerpo que se mueve, sino que también es un territorio de emociones en constante transformación. Es reconocer que lo público no es lo opuesto a lo íntimo, sino su extensión más generosa. Es comprender que cada lágrima derramada en una esquina, cada abrazo en una plaza, cada risa en un vagón, cada suspiro en una parada de camión, es también una declaración política de que existimos más allá de la productividad, más acá de la soledad.
Guadalajara no necesita más espacios, necesita territorios. Territorios donde el afecto no sea un lujo, sino un derecho. Donde llorar no sea una fragilidad, sino una fuerza. Donde cada persona pueda sentirse contenida, no solo transportada.
El afecto, en Guadalajara, será público. No como una promesa, sino como una revolución en construcción.
* La autora es estudiante de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO.
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